Trastorno del espectro autista: Características, introducción y concepto.
Trastorno del espectro autista: Características, introducción y concepto.
Recuento históricoEl autismo es un conjunto de alteraciones heterogéneas a nivel del neurodesarrollo que inicia en la infancia y permanece durante toda la vida. Implica alteraciones en la comunicación e interacción social y en los comportamientos, los intereses y las actividades.
La prevalencia mundial está alrededor del 1%. Se da más frecuentemente en hombres que en mujeres, en una relación 4:1, aunque se ha observado que las mujeres con autismo tienden a expresar un mayor compromiso cognitivo. Las personas con autismo tienen perfiles cognitivos atípicos, de modo que puede observarse alteración de la cognición y de la percepción social, además de disfunción ejecutiva y procesamiento de la información atípico. Estos perfiles se basan en un desarrollo neuronal anormal, en el que la genética, junto con factores ambientales, desempeña un papel clave en la etiología. La evaluación debe ser multidisciplinaria y la detección temprana es esencial para una intervención rápida, que debe estar dirigida a mejorar la comunicación social y reducir la ansiedad y la agresión. El concepto clásico de autismo ha variado significativamente desde sus descripciones originales y, en la actualidad, se habla de un continuo, por lo que se prefiere usar el término trastornos del espectro autista (TEA), dada la variable afectación cognitiva y del lenguaje. La palabra autismo deriva del griego autt(o), que significa que actúa sobre uno mismo; este, sumado al sufijo –ismo, que quiere decir proceso patológico, indica el proceso patológico que actúa sobre uno mismo. Este término fue
empleado por primera vez en 1908 por Eugen
Bleuler en su monografía Dementia praecox oder
Gruppe der Schizophrenien, en la descripción
de algunos de sus pacientes con esquizofrenia.
Leo Kanner, psiquiatra austríaco de origen judío
radicado en los Estados Unidos, en 1943 publicó,
en Nervous Child, el clásico artículo Autistic
disturbances of affective contact, donde adoptó
el término autismo para describir por primera
vez este síndrome. Señaló que se trataba de
una incapacidad para relacionarse con otros,
alteraciones del lenguaje que variaban desde
el mutismo total hasta la producción de relatos
sin significado y movimientos repetitivos sin
finalidad específica.
Casi simultáneamente, Hans Asperger,
psiquiatra y pediatra austríaco, publicó en
1944 el artículo Die Autistischen Psychopathen,
basado en la observación de cuatro niños con
características similares: graves alteraciones
motoras y sociales, aunque aparentemente
buenas habilidades verbales (descritos como
pequeños profesores), entre otras, que diferían
significativamente de las descritas por Kanner.
Debido a que este trabajo fue publicado en idioma alemán, al contrario del artículo de Kanner,
permaneció prácticamente desconocido hasta
1991, cuando fue traducido al idioma inglés
por la psiquiatra inglesa Lorna Wing, quien
reemplaza el término psicopatía autista por
síndrome de Asperger.
Durante los últimos 70 años, se ha profundizado ampliamente en la comprensión del autismo
que ha evidenciado un crecimiento exponencial
en la investigación desde mediados de los años
noventa del siglo pasado. Es un tema de suma
importancia en el proceso de capacitación de
los especialistas en pediatría, ya que reconocer
esta condición de forma temprana en la niñez
permite intervenir de manera más pronta y
mejorar así el pronóstico de estos pacientes.
Cambios en las descripciones diagnósticas
El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) se encuentra en su quinta versión y junto con la Clasificación Internacional de Enfermedades, actualmente en su décima versión (CIE-10), conforman dos de los manuales más usados en psiquiatría para la clasificación y diagnóstico de enfermedades mentales. Tanto en el DSM-1, publicado en 1952, como en el DSM-2, publicado en 1968, el autismo era considerado un síntoma más de la esquizofrenia. El DSM-3, publicado en 1980, cambió el enfoque diagnóstico de los trastornos mentales. Hasta entonces, eran considerados estados psicológicos y, a partir de este momento, se definieron como categorías de enfermedad. Es en esta versión cuando se introduce, por primera vez, el término de autismo infantil. El DSM-3-R (versión revisada de 1987) mantuvo la categoría de trastornos generalizados del desarrollo, aunque suprimió el término de autismo infantil de este grupo, reemplazándolo por el de trastorno autista, debido a la consideración de que los síntomas continuaban aún en la etapa adulta. El DSM-4 (1994) y el DSM-4-TR (2000) definieron al autismo bajo tres categorías diagnósticas: alteración en la interacción social; alteración en la comunicación; y patrones de comportamiento, intereses y actividades restringidos, repetitivos y estereotipados. Con el DSM-5 (2013), versión más reciente del manual, todos los subtipos del autismo quedaron en una sola categoría: trastornos del espectro autista, que reemplaza el término trastornos generalizados del desarrollo y en la que se fusionan cuatro de los cinco subtipos vigentes en el DSM-4-TR (trastorno autista, trastorno desintegrativo infantil, trastorno de Asperger y trastorno generalizado del desarrollo
no especificado). El trastorno de Rett ya no forma
parte de este sistema de clasificación. Otro de
los cambios es que la edad de inicio de los síntomas no se especifica, solo se establece que los
síntomas inician durante las primeras fases del
período del desarrollo. Se integran al diagnóstico
especificadores generales y de gravedad, y se
disminuyen los criterios diagnósticos, de tres
a dos, como se verá más adelante.
Etiología
A pesar de todos los avances en neurociencias
y en genética, aún no se ha podido establecer un
modelo que explique la etiología y fisiopatología
de los TEA, aunque en diferentes estudios se
han evidenciado alteraciones neurobiológicas
y genéticas asociadas, así como factores epigenéticos y ambientales involucrados. Precisamente por esto, y por tratarse de una serie de
trastornos crónicos, han surgido en ocasiones
distintas iniciativas que, sin basarse en métodos científicamente comprobados, prometen
efectos positivos.
Anormalidades en el trazado electroencefalográfico y trastornos convulsivos se han observado
hasta en un 20% a 25% de los pacientes con
autismo. Las altas tasas de epilepsia sugieren un
papel fundamental de los factores neurobiológicos en la génesis del autismo.
La evidencia en electrofisiología, neuroimágenes funcionales, neuroimágenes estructurales,
hallazgos moleculares y genética ha dado lugar
a la idea de que el autismo está caracterizado
por una conectividad neuronal atípica, más que
por una alteración en áreas puntuales, aunque
no se ha podido establecer claramente esta
asociación. Imágenes de resonancia magnética
cerebral han mostrado un aumento global del
tamaño del cerebro en el autismo.
Se han evidenciado diferentes alteraciones
neuroquímicas relacionadas con el autismo. Uno
de los hallazgos más frecuentemente citados es la elevación de los niveles periféricos de serotonina,
aunque la importancia de este continúa incierta.
Así mismo, se ha observado una reducción en
la expresión del ácido gamma-aminobutírico
(GABA). También se ha abierto un campo de
estudio importante alrededor del papel que
cumplen la oxitocina y la vasopresina en la
génesis de esta condición, debido a la relación
de estas hormonas con las conductas sociales
y de vínculo.
En cuanto a las asociaciones genéticas, los
estudios de gemelos han sugerido que el autismo
tiene alta heredabilidad (más del 80%), en el
contexto de asociación epigenética y ambiental. La arquitectura genética del autismo ha
demostrado ser compleja y heterogénea, como
se muestra en diferentes estudios. El alto grado
de heterogeneidad se evidencia en reportes que
muestran hasta 1000 genes implicados.
Durante la última década, ha existido
una creciente preocupación alrededor de las
vacunas, como una posible causa ambiental
posnatal para el desarrollo de los TEA, después
de un estudio publicado en Lancet, en 1998,
por Andrew Wakefield, en el que se asociaba
la vacuna triple viral con la aparición del
autismo y en el que se recomendaba retirarla
del mercado, lo que aumentó la incidencia
mundial del sarampión. Sin embargo, este ha
sido uno de los escándalos más oscuros de la
medicina y, finalmente, se aclaró que no había
tal asociación, lo que llevó a Lancet, en febrero
de 2010, a retractarse por haber publicado tal
artículo.
La relación que se estableció en su momento
entre autismo y vacunas se atribuyó al timerosal,
un vehículo con cierto contenido de mercurio,
cuya dosis no representaba en ningún momento
riesgo para ser administrado; no obstante, después del escándalo suscitado, este compuesto
fue retirado de las vacunas infantiles. Desde
la alarma mundial de 1998, se han realizado
múltiples estudios similares, sin lograr confirmar
el hallazgo de Wakefield.
Manifestaciones clínicas
El trastorno del espectro autista varía ampliamente en gravedad y síntomas e incluso puede
pasar sin ser reconocido, especialmente en los
niños levemente afectados o cuando se enmascara por problemas físicos más debilitantes. Las
manifestaciones clínicas, así como su grado de
severidad, llevan a que el enfoque del niño con
autismo se efectúe de manera individual, ya que
el grado de severidad de los síntomas difiere de
un individuo a otro.
Es importante que todo pediatra conozca
las señales de alarma, dado que, sobre todo
en las etapas iniciales, los padres pueden tener
más una sensación de intranquilidad acerca de
su hijo que una necesidad de búsqueda de un
diagnóstico. La presencia de estos signos de
alarma indicaría la necesidad de realizar estudios
más específicos (tabla 1) y, si fuese necesario,
la derivación a centros de atención temprana,
servicios de psiquiatría infantil y neuropediatría
u otros especialistas.
Tabla 1. Signos de alarma para iniciar el estudio de
un posible trastorno del espectro autista
El principal reto del diagnóstico clínico se
basa en la detección temprana de los síntomas
para poder brindar al paciente un enfoque terapéutico de mayor impacto. Para el autismo, estas
manifestaciones pueden aparecer en los primeros
meses de vida; sin embargo, el diagnóstico no
se realiza generalmente antes de los 24 meses.
Los signos clínicos tempranos pueden incluir
desde retraso en algunos patrones del desarrollo
a otros síntomas subjetivos, como pueden ser el
contacto visual o la reciprocidad emocional con
los cuidadores. Los síntomas pueden ser malinterpretados o clasificados incorrectamente como
retraso del desarrollo o trastornos inespecíficos
del comportamiento o del lenguaje.
Las alteraciones que se evidencian en el
niño con autismo están centradas en dos focos:
• La dificultad en el lenguaje expresivo y comprensivo, que altera el desempeño social.
• La presencia de intereses o actividades muy restringidas que afectan su comportamiento.
Es por esto que la identificación de ciertos
patrones, como son el retraso en el seguimiento
visual, la no respuesta del niño al pronunciar su
nombre, el fijar pobremente la mirada, la falta
de interés en el grupo familiar y la disminución
de la intención comunicativa, pueden ayudar
a sospechar un posible cuadro de autismo en
el lactante mayor; de igual manera, se puede
percibir una alteración en el desarrollo, al evidenciar las habilidades cognitivas por debajo
de lo esperado para la edad del niño.
Diagnóstico
Criterios diagnósticos
Según la última versión del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales,
el DSM-5, se definen los siguientes criterios
diagnósticos; los más relevantes se presentan
a continuación.
• Alteraciones persistentes en la comunicación
social y en la interacción social alrededor de
múltiples contextos, manifestadas por lo siguiente, actualmente o por los antecedentes.
– Especificar la gravedad actual: la gravedad se basa
en deterioros de la comunicación social y en patrones de comportamiento restringidos y repetitivos
(tabla 2).
• Patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades, que se manifiestan en dos o más de los siguientes síntomas, actuales o pasados, como movimientos, utilización
de objetos o habla estereotipados. Insistencia en
la monotonía, adherencia inflexible a rutinas o
patrones ritualizados de comportamiento verbal
o no verbal. Intereses altamente restringidos y
fijos que son anormales en cuanto a su intensidad o foco de interés. Hiper o hiporreactividad
a los estímulos sensoriales.
– Especificar la gravedad actual: la gravedad se basa
en deterioros de la comunicación social y en patrones de comportamiento restringidos y repetitivos
(tabla 2).
• Los síntomas deben estar presentes en las primeras fases del período de desarrollo.
• Los síntomas causan un deterioro clínicamente
significativo en lo social, laboral u otras áreas
importantes del funcionamiento habitual.
• Estas alteraciones no se explican mejor por la
presencia de una discapacidad intelectual (trastorno del desarrollo intelectual) o por el retraso
global del desarrollo.
Tabla 2. Niveles de gravedad del trastorno del espectro autista.
Síndrome de Rett
Aunque puede observarse una alteración en
la interacción social durante su fase regresiva
(1-4 años de edad), después de este período la
mayoría de las niñas mejora sus habilidades
sociales y los síntomas de autismo dejan de ser
tan problemáticos.
Mutismo selectivo
El desarrollo temprano generalmente no está
alterado. Muestra capacidades de comunicación
apropiadas en ciertos contextos y entornos; incluso en los que se encuentra mudo, la reciprocidad
social no está deteriorada y no hay patrones de
comportamiento restringidos/repetitivos.
Trastorno del lenguaje y trastorno de la comunicación social (pragmático)
Normalmente no está asociado con alteración
en la comunicación no verbal, ni hay patrones
de comportamiento restringidos/repetitivos.
Discapacidad intelectual sin TEA
Puede ser difícil de diferenciar en niños
muy pequeños, pues los comportamientos
repetitivos a menudo se presentan en niños que
no han desarrollado capacidades del lenguaje
o simbólicas.
Trastorno de movimientos estereotipados
Las estereotipias motoras hacen parte de los
criterios diagnósticos del TEA, por lo que no se
realiza el diagnóstico adicional de estereotipias
cuando estas conductas se explican mejor por
el TEA. Sin embargo, cuando los movimientos
estereotipados causan autolesiones y llegan a
ser uno de los objetivos del tratamiento, los dos
diagnósticos podrían ser apropiados.
Trastorno por déficit de atención/hiperactividad (TDAH)
Las alteraciones en la atención (excesivamente
centrado o fácilmente distraído) son frecuentes
en el TEA, al igual que la hiperactividad. Se
deberá considerar la comorbilidad con TDAH
si las dificultades atencionales o la hiperactividad superan las que normalmente se observan
en los individuos de edad mental comparable.
Además del aspecto clínico, diferentes
escalas han mostrado su utilidad. En la
actualidad, existe una valiosa herramienta
de tamizaje: el Cuestionario de autismo en la
infancia modificado (M-CHAT) (tabla 3), que
es un cuestionario para padres de niños de 24
meses de edad, con seis elementos claves (en
negrita). Cualquier niño que falle en al menos
dos de los ítems críticos o en tres de los totales
se considera en riesgo y deberá ser evaluado
para esclarecer la sospecha diagnóstica. La
sensibilidad del instrumento es de 0,87 y su
especificidad de 0,99, con un valor predictivo
positivo de 0,8 y un valor predictivo negativo
de 0,99. La recomendación es que esta prueba
se aplique a todos los padres de niños de 24
meses en todos los controles de crecimiento
y desarrollo y en todos los consultorios de
medicina y psicología, debido al aumento
global de la incidencia de los TEA. Una vez
establecida la impresión diagnóstica, se exige
la remisión rigurosa a un equipo interdisciplinario especializado.
La evaluación completa debe incluir:
• Concepto médico previo amplio y sustentado
por paraclínicos que descarten comorbilidad y
otras causas orgánicas de los síntomas
• Evaluación cognitiva completa
• Habilidades adaptativas del niño
• Proceso de desarrollo subyacente
• Estilo de aprendizaje
• Habilidades motrices y sensoriales
• Patrones de interacción en el interior del hogar
y en su contexto sociocultural.
Tabla 3. Escala de tamizaje M-CHAT
Son muchas las “terapias” que se han sugerido para las personas con TEA y sus familias.
Infortunadamente muchas de ellas se asientan
en estudios metodológicos débiles y, al plantearse
como intervenciones que trabajan aspectos puntuales, no cumplen con el objetivo fundamental:
estar enfocadas en el desarrollo global del niño
y formar a sus cuidadores.
En cuanto a las recomendaciones terapéuticas
establecidas por la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y del Adolescente (AACAP, por
sus siglas en inglés), se encuentran las siguientes:
• Existen varios modelos terapéuticos pero cualquiera que se escoja deberá ser psicoeducativo,
individualizado, transdisciplinario, estructurado
y predecible, y deberá incluir el análisis permanente de las conductas problema y las variables
del contexto en el que se desenvuelve el paciente, para lograr un impacto positivo en su calidad
de vida y la de su familia.
• La farmacoterapia puede ser utilizada en los
niños con TEA cuando hay un síntoma objetivo específico (autoheteroagresión, hiperactividad, inatención, comportamientos repetitivos
o estereotipados) o una condición comórbida
(ansiedad, depresión, trastornos del sueño)
para ayudarles a aumentar su capacidad para
beneficiarse de las diferentes intervenciones
terapéuticas, como las educativas, además de
permitir su desarrollo en ambientes menos restrictivos, a través de la estabilización de conductas disruptivas.
La risperidona y el aripiprazol han sido aprobadas por la FDA para el tratamiento de la irritabilidad, que consiste principalmente en agresión
física y rabietas graves asociadas con el autismo.
• El clínico debe mantener un papel activo en la
planeación del tratamiento a largo plazo, ofreciendo un apoyo constante a las familias y al
individuo, pues las necesidades del núcleo familiar cambiarán en las diferentes etapas vitales.
Para los niños muy pequeños, lo más importante girará alrededor de las dificultades para la
realización del diagnóstico y la identificación de
los programas de tratamiento más adecuados.
Para los niños en edad escolar, los problemas
de comportamiento y la necesidad de uso de
medicamentos se vuelven más prominentes. Para
los adolescentes, el entrenamiento vocacional
y la planificación de la independencia/autonomía se vuelven más importantes. Como parte
de este compromiso a largo plazo, los padres y
los hermanos de los niños con TEA necesitarán
un apoyo constante; y es relevante resaltar que,
aunque la crianza de un niño con autismo presenta grandes retos, las tasas de separación y
divorcio de los padres no son mayores que entre
los padres de niños sin TEA.
• El clínico debe preguntar específicamente sobre
el uso de tratamientos alternativos/complementarios y estar preparado para discutir sus potenciales riesgos y beneficios. Aunque la mayoría
de dichos tratamientos tiene evidencia muy limitada, estos son frecuentemente usados por las
familias de los niños con esta condición. Por lo
tanto, es fundamental que el médico sea capaz
de discutir estos tratamientos con los padres, reconociendo la motivación que los lleva a buscar
cualquier tratamiento posible.
En la mayoría de los casos, estos tratamientos
tienen poco o ningún beneficio comprobado,
cuentan con poco riesgo; sin embargo, algunas
“terapias” tienen más riesgos para el niño, tanto
directos, por ejemplo, la morbimortalidad asociada con la terapia con quelantes, como indirectos,
tales como la desviación de recursos económicos
del núcleo familiar o las alteraciones psicosociales.
Cabe resaltar la importancia de la adecuada
capacitación del personal médico y educativo
a cargo acerca de las necesidades y el rango de
habilidades de los niños con TEA, así como
el entrenamiento en el uso de estrategias conductuales, soportes de comunicación, refuerzo
positivo y estrategias de contención, orientación
e inclusión escolar, para que, en definitiva, se
cuente con un equipo que va a contribuir en
una evolución satisfactoria, tanto del paciente
como de su familia.
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